sábado, 23 de agosto de 2014

Amores


Fin de duelo y otras narraciones fantásticas



En esta ocasión fui segundo, aunque en un largo tramo ya no había primero. Sé que hice todos los esfuerzos por ganarme ese puesto tan deseado. Pero nunca pude cambiar el lugar en el que me puso, el lugar que me dio. Y así, tan complaciente lo mío, que una tarde resultó que ya no era siquiera tercero, cuarto o décimo, simplemente no era más. Y claro, fui sólo un caramelo que duró por demás en una misma boca. El problema no era el puesto otorgado, sino el lugar que yo mismo me había negado. Fui segundo para mí mismo, porque aún en los peores momentos estaba primero mi amorcito. Esto que nació como una utopía, un amor que surgió con la esperanza de durar un día y que se renovase cada vez que este amor quería vivir; para perdurar requería que los dos quisiéramos un poco más. Pero como en una maldición gitana, sabiendo la verdad, durante una buena parte de casi tres años me esforcé en ser la mejor carroña que un buitre pueda picotear y eso era sólo cuando mi amorcito podía.

Mis esfuerzos porque entendiese de qué se trataba mi amor claramente no valieron la pena; ni valieron las alegrías, por desgracia. Yo en su mente soy culpable, pero quizá mi amorcito tarde un poco en encontrar certeramente el motivo... así que aún en este momento triste me hago cargo y lo digo por mi cuenta y riesgo: soy culpable de dejarme usar como campo de pruebas, como juguete en una caja de muchos juguetes, querido quizá, pero nunca jamás el primero de ninguna de las listas de sus prioridades. Soy culpable de no ponerme firme frente a los vaivenes caprichosos de un juvenil deseo. Soy culpable de olvidarme de mi mismo. Soy culpable de dar todo sin obtener nada a cambio. Soy culpable de haber preparado varias cenas que fueron canceladas poco oportunamente. Soy culpable de hacerme el desentendido ante los intentos (conscientes o inconscientes) de hacerme enojar y empujarme a tomar la decisión de cortar, sí, soy culpable de no decir basta, hasta acá, no más. Seguramente sea culpable de algunas otras cosas, pero… ya saben nunca lo sabré.

Loco es haber presentido desde siempre que nunca fui siquiera un intento de proyecto, o por lo menos un motivo de pelea o de celo con el primero. Si, que tonto fui en quedarme en este puesto de batalla, tenía piernas y un cuerpo discreto, hubiera escapado en algún momento más digno. Pero la maldita y traicionera, mortífera y falaz esperanza de un giro milagroso de sus deseos me detenía a explicarle una y otra vez de qué se trataba mi amor. Hoy la sombra se empecina en dejarme a la espera de un elíxir que no llega, una gota que no cae o un barrilete que no vuela. Acá, en medio de mi pecho, crece la angustia por un ser tan amado, tan adorado y mimado que no me eligió. Una angustia que nace por una felicidad asesinada con escarnio incluido. Una felicidad que sobrevivía aferrada a cualquier contacto fortuito, a un mensaje encriptado o a unas miradas con libres interpretaciones. Un sentimiento que pulsaba con cada palabra que retorcidamente pudiera significar esperanza. Y escuchar unas mentiras o verdades pintarrajeadas significaba… un momento… febrero, marzo, ab… ¿Qué? ¡Ja! ¡Hasta la vista imbéciles! Saltemos a otra cosa, que no me estoy poniendo ni más lindo ni más joven, este alma tiene una linda vida para vivir y nadie le va a quitar las ganas ni el tiempo de hacerlo.

Fin del duelo.


Interludio musical.


Bailes exóticos y alcohol del bueno.



Listo. Seguimos.

Saber la verdad no siempre es motivo de festejo, a veces es motivo de dolor, de feroz rabia o de peor desencuentro yo conmigo. Estoy solo, de nuevo. Pero, ¿cómo era lo que decía Bukowski? … Oh Sí. Hay cosas peores que estar solo, pero a menudo toma décadas darse cuenta de ello y más a menudo, cuando esto ocurre, es demasiado tarde y no hay nada peor que un demasiado tarde. Y bueno, parafraseándolo otro poco al Buko; acá tirado en mi cama, tomando ginebra y fumando unos cigarros, mirando hacia el techo en la soledad de mi casa con demasiadas sillas, concibo lo que muchos considerarán un detestable pensamiento: sigue siendo agradable ser yo.

Y sí. ¡Basta de lastimosas palabras! Lo cierto es que nada está perdido, cuando puedo estirar la mano y cambiar yo mismo la página, escribir un nuevo capítulo. Y sí, mierda, era un capítulo interesante, pero vamos a tener que dejarlo claro: quiero seguir escribiendo este libro y ese capítulo ya no lleva a nada. No hay nada más para hablar. Nada para ver por aquí señoras y señores, ¡circulen, circulen! ¡Ja! Pero no es arrogancia, no. Prefiero callar mis verdades a hacer sufrir con ellas a alguien que amo. Pesares quedan, los míos los resolveré a mi manera. Los de él, tenía la fantasía de ayudarlo en su aprendizaje, en su darse cuenta, pero yo no soy maestro, ni faquir. Las cosas que me suele decir me lastiman, por el burdo desconocimiento de mi filosofía de vida, y me da rabia. No, no soy maestro, ni faquir pero tampoco asesino a sueldo. ¿Acaso por deporte clavaría el puñal en su alma? No, ¿pero cuántas veces más podré detenerme a tiempo?

Parar para pensar.


Mirar el cielo, recordar el sonreír.


Seguir caminando.

Amar significa tantas cosas en mi vida, que aún en los momentos de peor dolor pienso que está bien sufrir un poco más, que prefiero primero ver feliz a mi amor. Un poco es porque yo tengo la certeza, y esto está comprobado científicamente, de que sé encontrar la felicidad, el amor, la alegría y salir airoso de cada pozo en el que caigo. Y la gente con la que comparto este aprendizaje, quiero creer, busca aprender a hacerlo. Lo mío es la solidaridad con el ser amado, o algo así. No puedo odiar su actitud, raro ¿no? Y acá en este mar a punto de picarse, no sólo me detengo unos instantes para no hacer olas y ahogarlos, sino que dejo que se paren en mis hombros para que alcancen la cubierta de un barco que no me levantará, quizá porque yo no pertenezco a los barcos o porque no quiero que me levante nadie. Orgullo quizá, no sé, puede ser. Dejá; yo nado, braceo, me voy a pique, vuelvo a flote y sigo. Es mi vida. Ya lo hice y tengo el coraje para volver a hacerlo. Sí, prefiero seguir en este mar de amores difíciles. Aun cuando cada tanto extrañe la tierra firme, aun cuando sé que no se puede vivir tanto tiempo en el medio del océano. Bah, en todo caso, ya nadé hasta la mitad, no voy a volver ahora. Que vuelvan los demás en barco o como prefieran, que busquen otros puertos, encuentren alguien que les enseñe una forma segura de nadar o una que les parezca más apropiada; yo sigo en mi carrera, que en definitiva es el camino que uno elige cuando se empapa en esto que es el amor. Y aclaro, por si hiciera falta, jamás desearía que alguien les hiciera lo que se ha hecho conmigo.

¿Qué? No, el duelo ya pasó, le puse fin hace muchos renglones. Lo que sucede es que si uno no pone blanco sobre negro, si por esas cosas raras de la vida y esos sentimientos vanos de autocomplacencia uno empieza a olvidar el porqué está donde está, ¿qué le impide volver al mismo punto de partida? ¿Qué le impide volver a cometer los mismos errores? Recordar con claridad y objetividad temporal los eventos es una de las cosas que nos permite aprender. Máxime sería que la otra persona pudiera expresarse honestamente acerca de sus sentimientos… pero bueno, si eso fuera posible, capaz hoy estaríamos tomando un té en Roma y no hubiera tenido que sentarme a escribir todo esto, ¿no?

Lo que pasa es que no les pasó nada en la vida, no saben, no entienden lo que es el amor; me dice un buen amigo. ¿Será? No sé.

Sí, yo perdí un gran amor, y no me refiero al amor que uno puede sentir por los padres, amigos, abuelos o tíos y demás relativos, o siquiera el amor por una pareja moderna (me niego a hacer el monstruoso intento de incluir a las postmodernidades), no. Me refiero al amor al que uno ama y le devuelve amor multiplicado, de un color más lindo y con mejor sabor. Uno de esos amores que dan ganas de devolverle eso hermoso y esforzarse porque eso que uno entrega haya crecido un poco más. Si, uno de esos amores perdí, de una cruel manera. Un accidente que tuvo un comienzo, pero no puedo precisar la duración ya que aún hoy no tiene final. Un dolor que apareció una madrugada sin previo aviso, y me cortó en mi corazón, en mis ojos, en mis manos, en mis labios; me atravesó completamente sin pedir permiso. Se acurrucó donde sólo había dicha, y ahí plácido está desde entonces, tirando de las cuerdas cada tantos pasos, recordándome su esencia pero también, por suerte, que el amor todo lo puede. Y aquí va la moraleja: perder un amor no da derecho a nada. Ni a sufrir, ni a complacencias, ni a favores, ni a piedades y mucho menos a hacer daño a los demás. Hay quienes abusan de la pérdida de un amor y lo usan como excusa. Hay quienes se vanaglorian en esa vivencia, algunos se victimizan o intentan dar lástima, pero los peores son los que se vanaglorian.

Esos no entendieron nada. ¡Perder un amor, un verdadero amor te da más obligaciones! Si fuéramos sinceros en esto, el mundo sería más justo. Digo mundo y no vida, porque claramente la vida no tiene nunca que ser justa, más bien debe ser injusta y dura, lo más posible. Si no fuera injusta la vida, los seres humanos no tendríamos que hacer nada con nuestras decisiones, la vida decidiría por todos y nadie se sentiría en falta. ¿Se entiende? Bien. Y si no fuera dura esta vida, aún hoy seríamos monos sacándonos piojos unos a otros. Claramente Dios, Buda, Alá o la proteína sagrada, quiso que tuviéramos que tomar decisiones para vivir la vida.

Una vida dura, nos permite pararnos sobre ella, tener firmeza y poder pegar saltos más altos. Imagínense saltar en un flan, ¡moriríamos ahogados! O lo que es peor, viviríamos tratando de no movernos mucho, quedarnos impávidos y sumisos, esperando hasta que alguien tome con su cuchara la porción que nos contiene, y chau, el fin. Decisiones, decisiones, decisiones. Tomarlas o morir en medio del flan. Ojalá sea mixto al menos.

Pero claro, aprender del amor duele. Y algunos sabemos que volver a amar es lo único que lo hace doler menos. La paradoja es que amar es la desgracia y también la única salida. Una hermosa paradoja, si me permiten decir.

Porque imagínense amar nada. Nada. Ni a una mujer, ni a un hombre, un perro, una puesta del sol o un pan caliente. Nada. No sentir amor por ninguna de las cosas importantes de este universo. Esa persona sería indestructible, pero no creo que pudiera encontrar la felicidad verdadera, disfrutar del placer o sentir la tristeza. La soledad se enmaraña tanto en esos corazones perdidos… que al final, salvo en raras ocasiones, en ese momento en que toda nuestra vida pasa delante de nuestros ojos el amor, o la ausencia de amor, pasa la factura y en ese último aliento duele más que cualquier cosa en este mundo. Porque sabemos, no hay nada peor que un demasiado tarde.

Es verdad que algunos de nosotros hemos vivido una variedad de eventos traumáticos importante, pero ¿es eso suficiente? ¿Siquiera necesario para aprender a vivir la vida plenamente? No sé, mi buen amigo tendrá sus razones para pensar eso. Yo creo, o quiero creer, que también se puede aprender de lecciones menos, no sé, ¿determinantes? Y no, si son determinantes… algo deben de influir. Bueno, en todo caso tiene que ver con eso de la vida injusta y dura que hablamos hace un ratito. Quizá madurar es más complejo de lo que parece. Pero déjenme ganar esta: todo tiene que ver con las decisiones que tomamos.

Así que gente, yo decido seguir adelante con esta filosofía: amar, amar más, amar mejor y amar de nuevo. Así sin dudas, sin trabas y sin tanta pregunta. Mal no me fue y sé que si bien duele, el amor es la única verdad absoluta, la mejor justificación, el mejor deseo y el mejor motor en la búsqueda del bienestar. Y para los que les quede alguna duda, si, a pesar de todo el dolor y los años transcurridos, el amor con Pina sigue siendo por lejos el mejor capítulo de mi libro. Vendrán nuevos capítulos y los demás aún no se terminan de escribir, eso les brinda cierta esperanza…

Mierda, otra vez esa puta esperanza. Mejor la cambio por un buen trago de ginebra y todos contentos.

Ginebra mediante, me cae otra ficha. ¿Qué es lo que me sigue enganchando en esta tribulación de un amor no correspondido? ¿Por qué me sigo enroscando en esta maraña de amor que tanto mal me hizo? Bueno, no es fácil de explicar, pero tiene mucho que ver con la decepción. Sí, yo creo que lo que me enrosca es sentir que no sirvió todo este tiempo de intentar contagiar esta filosofía, este aprendizaje. Esto que mi gran amigo me dijera, que el que no les haya pasado nada en la vida sea la clave. Yo trabajé con ánimo y pasión en mis relaciones. No por encontrarlas, no por mantenerlas, sino por el hecho de crecer. Mis parejas y yo. Aprender y enseñar a través del amor. Sin la necesidad de transformar al otro, con honestidad y paciencia mostrar lo que yo entiendo por AMOR. Mostrar el respeto que me genera un corazón dolido, un corazón deseoso de arder con plenitud, un corazón como venga. Presté mi oído, mi tiempo, mi alma para que un alguien me enseñara un poco acerca de este sentimiento tan macro, que todo lo abarca y lo tiñe de otra cosa. Me esforcé por dar todo de mí, para ver brillar amor en otra persona y sentir que después de un largo trabajo fue todo en vano duele, mucho. No poder reconocer ni un atisbo de todo este amor volcado en otro corazón, me genera una angustia enorme. Yo tampoco les pasé en su vida.

Una persona a la que yo siempre le di el lugar para hablar de los sentimientos, que no perseguí con agendas o actividades. Una persona a la que le di todas las libertades que el amor se merece, me dañara tanto y con tantas ganas es lo que me genera una angustia, un dolor que no tiene siquiera sentido de ser. Si pudiera decir que me devolvieron con odio todo el amor que yo brindé, lo diría con gusto y alivio. Porque el odio hubiera representado lo que no se tiene, lo que no se puede, lo que no se sabe. Pero no puedo. Lástima. Es que si aprendió a lastimarme, algo debió de haber entendido de mi amor, lo usó para dañarme si, pero algo le llegó. Y eso que le llegó en algún momento dará un fruto que lo alimente para un despertar distinto. Lástima que no pudiera ser en este ciclo solar, en este giro del universo; pero si alguna esperanza vale la pena, de todas las putas esperanzas que existen, es esta: al final, de alguna forma u otra el amor vale la pena. Ojalá que ese despertar, que ese darse cuenta no llegue demasiado tarde.

Esa decepción, sentir el arduo trabajo por lastimarme después de todo el amor que yo invertí en una persona, es lo que me ata acá. Atado a esta angustia que me llega de a ratos, y que sólo me deja con las mínimas fuerzas, me obliga a detenerme a tomar aire y pedir por ese corazón tan equivocado. Maldito soy, por tener tanto amor aún con quién no me devolvió ni un poco de respeto.

A pesar de todo, hoy sigo creyendo que el amor todo lo puede, siempre y cuando lo dejemos actuar, lo alimentemos y le demos la libertad de expresarse. Quiero creer que el daño que en estos días me infringieron, se convertirá en una enseñanza, una experiencia de lo que no hay que hacer. Y también me ayude a compartir la enseñanza de que no hay que devolver a una persona que con total bondad y desapego nos brinda su alma a pleno, más que respeto y honestidad. Es esa puta y forra esperanza de que al final el amor triunfe, claramente no en esta batalla, sino en las que están por venir. Raro bicho el ser humano. Ojalá que cada día seamos más los que nos tomemos este tema con la seriedad, la paciencia y el respeto que se merece.

Mierda, el duelo renace cada vez, por suerte también muere cuando veo que mi conciencia y mis actos me terminan dando la razón. Estoy en paz. Por eso, con optimismo, levanto mi copa. Brindo por el amor, por el camino y por las enseñanzas que ellos nos regalan con el tiempo y la atención adecuados. Salúd! Y que siga el viaje.