Fin de duelo y otras narraciones fantásticas
En
esta ocasión fui segundo, aunque en un largo tramo ya no había primero. Sé que
hice todos los esfuerzos por ganarme ese puesto tan deseado. Pero nunca pude
cambiar el lugar en el que me puso, el lugar que me dio. Y así, tan
complaciente lo mío, que una tarde resultó que ya no era siquiera tercero,
cuarto o décimo, simplemente no era más. Y claro, fui sólo un caramelo que duró
por demás en una misma boca. El problema no era el puesto otorgado, sino el
lugar que yo mismo me había negado. Fui segundo para mí mismo, porque aún en
los peores momentos estaba primero mi
amorcito. Esto que nació como una utopía, un amor que surgió con la
esperanza de durar un día y que se renovase cada vez que este amor quería
vivir; para perdurar requería que los dos quisiéramos un poco más. Pero como en
una maldición gitana, sabiendo la verdad, durante una buena parte de casi tres
años me esforcé en ser la mejor carroña que un buitre pueda picotear y eso era
sólo cuando mi amorcito podía.
Mis
esfuerzos porque entendiese de qué se trataba mi amor claramente no valieron la
pena; ni valieron las alegrías, por desgracia. Yo en su mente soy culpable,
pero quizá mi amorcito tarde un poco
en encontrar certeramente el motivo... así que aún en este momento triste me
hago cargo y lo digo por mi cuenta y riesgo: soy culpable de dejarme usar como
campo de pruebas, como juguete en una caja de muchos juguetes, querido quizá,
pero nunca jamás el primero de ninguna de las listas de sus prioridades. Soy
culpable de no ponerme firme frente a los vaivenes caprichosos de un juvenil
deseo. Soy culpable de olvidarme de mi mismo. Soy culpable de dar todo sin obtener
nada a cambio. Soy culpable de haber preparado varias cenas que fueron
canceladas poco oportunamente. Soy culpable de hacerme el desentendido ante los
intentos (conscientes o inconscientes) de hacerme enojar y empujarme a tomar la
decisión de cortar, sí, soy culpable de no decir basta, hasta acá, no más. Seguramente sea culpable de algunas otras
cosas, pero… ya saben nunca lo sabré.
Loco
es haber presentido desde siempre que nunca fui siquiera un intento de proyecto,
o por lo menos un motivo de pelea o de celo con el primero. Si, que tonto fui en quedarme en este puesto de batalla,
tenía piernas y un cuerpo discreto, hubiera escapado en algún momento más
digno. Pero la maldita y traicionera, mortífera y falaz esperanza de un giro
milagroso de sus deseos me detenía a explicarle una y otra vez de qué se
trataba mi amor. Hoy la sombra se empecina en dejarme a la espera de un elíxir
que no llega, una gota que no cae o un barrilete que no vuela. Acá, en medio de
mi pecho, crece la angustia por un ser tan amado, tan adorado y mimado que no
me eligió. Una angustia que nace por una felicidad asesinada con escarnio
incluido. Una felicidad que sobrevivía aferrada a cualquier contacto fortuito,
a un mensaje encriptado o a unas miradas con libres interpretaciones. Un
sentimiento que pulsaba con cada palabra que retorcidamente pudiera significar
esperanza. Y escuchar unas mentiras o verdades pintarrajeadas significaba… un
momento… febrero, marzo, ab… ¿Qué? ¡Ja! ¡Hasta la vista imbéciles! Saltemos a
otra cosa, que no me estoy poniendo ni más lindo ni más joven, este alma tiene una
linda vida para vivir y nadie le va a quitar las ganas ni el tiempo de hacerlo.
Fin
del duelo.
Interludio
musical.
Bailes
exóticos y alcohol del bueno.
Listo.
Seguimos.
Saber
la verdad no siempre es motivo de festejo, a veces es motivo de dolor, de feroz
rabia o de peor desencuentro yo conmigo. Estoy solo, de nuevo. Pero, ¿cómo era lo
que decía Bukowski? … Oh Sí. Hay cosas
peores que estar solo, pero a menudo toma décadas darse cuenta de ello y más a
menudo, cuando esto ocurre, es demasiado tarde y no hay nada peor que un
demasiado tarde. Y bueno, parafraseándolo otro poco al Buko; acá tirado en mi cama, tomando ginebra y fumando unos
cigarros, mirando hacia el techo en la soledad de mi casa con demasiadas sillas,
concibo lo que muchos considerarán un detestable pensamiento: sigue siendo agradable
ser yo.
Y
sí. ¡Basta de lastimosas palabras! Lo cierto es que nada está perdido, cuando
puedo estirar la mano y cambiar yo mismo la página, escribir un nuevo capítulo.
Y sí, mierda, era un capítulo interesante, pero vamos a tener que dejarlo
claro: quiero seguir escribiendo este libro y ese capítulo ya no lleva a nada. No
hay nada más para hablar. Nada para ver por aquí señoras y señores, ¡circulen,
circulen! ¡Ja! Pero no es arrogancia, no. Prefiero callar mis verdades a hacer
sufrir con ellas a alguien que amo. Pesares quedan, los míos los resolveré a mi
manera. Los de él, tenía la fantasía de ayudarlo en su aprendizaje, en su darse cuenta, pero yo no soy maestro, ni
faquir. Las cosas que me suele decir me lastiman, por el burdo desconocimiento
de mi filosofía de vida, y me da rabia. No, no soy maestro, ni faquir pero
tampoco asesino a sueldo. ¿Acaso por deporte clavaría el puñal en su alma? No,
¿pero cuántas veces más podré detenerme a tiempo?
Parar
para pensar.
Mirar el cielo, recordar el sonreír.
Seguir caminando.
Mirar el cielo, recordar el sonreír.
Seguir caminando.
Amar
significa tantas cosas en mi vida, que aún en los momentos de peor dolor pienso
que está bien sufrir un poco más, que prefiero primero ver feliz a mi amor. Un poco es porque yo tengo la
certeza, y esto está comprobado científicamente, de que sé encontrar la
felicidad, el amor, la alegría y salir airoso de cada pozo en el que caigo. Y la
gente con la que comparto este aprendizaje, quiero creer, busca aprender a
hacerlo. Lo mío es la solidaridad con el ser amado, o algo así. No puedo odiar su
actitud, raro ¿no? Y acá en este mar a punto de picarse, no sólo me detengo
unos instantes para no hacer olas y ahogarlos, sino que dejo que se paren en
mis hombros para que alcancen la cubierta de un barco que no me levantará,
quizá porque yo no pertenezco a los barcos o porque no quiero que me levante
nadie. Orgullo quizá, no sé, puede ser. Dejá; yo nado, braceo, me voy a pique, vuelvo
a flote y sigo. Es mi vida. Ya lo hice y tengo el coraje para volver a hacerlo.
Sí, prefiero seguir en este mar de amores difíciles. Aun cuando cada tanto
extrañe la tierra firme, aun cuando sé que no se puede vivir tanto tiempo en el
medio del océano. Bah, en todo caso, ya nadé hasta la mitad, no voy a volver
ahora. Que vuelvan los demás en barco o como prefieran, que busquen otros
puertos, encuentren alguien que les enseñe una forma segura de nadar o una que
les parezca más apropiada; yo sigo en mi carrera, que en definitiva es el
camino que uno elige cuando se empapa en esto que es el amor. Y aclaro, por si
hiciera falta, jamás desearía que alguien les hiciera lo que se ha hecho
conmigo.
¿Qué?
No, el duelo ya pasó, le puse fin hace muchos renglones. Lo que sucede es que
si uno no pone blanco sobre negro, si por esas cosas raras de la vida y esos
sentimientos vanos de autocomplacencia uno empieza a olvidar el porqué está
donde está, ¿qué le impide volver al mismo punto de partida? ¿Qué le impide
volver a cometer los mismos errores? Recordar con claridad y objetividad
temporal los eventos es una de las cosas que nos permite aprender. Máxime sería
que la otra persona pudiera expresarse honestamente acerca de sus sentimientos…
pero bueno, si eso fuera posible, capaz hoy estaríamos tomando un té en Roma y
no hubiera tenido que sentarme a escribir todo esto, ¿no?
Lo que pasa es que no les pasó nada en la
vida, no saben, no entienden lo que es el amor; me dice un buen amigo.
¿Será? No sé.
Sí,
yo perdí un gran amor, y no me refiero al amor que uno puede sentir por los
padres, amigos, abuelos o tíos y demás relativos, o siquiera el amor por una
pareja moderna (me niego a hacer el monstruoso intento de incluir a las
postmodernidades), no. Me refiero al amor al que uno ama y le devuelve amor
multiplicado, de un color más lindo y con mejor sabor. Uno de esos amores que
dan ganas de devolverle eso hermoso y esforzarse porque eso que uno entrega
haya crecido un poco más. Si, uno de esos amores perdí, de una cruel manera. Un
accidente que tuvo un comienzo, pero no puedo precisar la duración ya que aún
hoy no tiene final. Un dolor que apareció una madrugada sin previo aviso, y me
cortó en mi corazón, en mis ojos, en mis manos, en mis labios; me atravesó
completamente sin pedir permiso. Se acurrucó donde sólo había dicha, y ahí plácido
está desde entonces, tirando de las cuerdas cada tantos pasos, recordándome su
esencia pero también, por suerte, que el amor todo lo puede. Y aquí va la
moraleja: perder un amor no da derecho a nada. Ni a sufrir, ni a complacencias,
ni a favores, ni a piedades y mucho menos a hacer daño a los demás. Hay quienes
abusan de la pérdida de un amor y lo usan como excusa. Hay quienes se vanaglorian
en esa vivencia, algunos se victimizan o intentan dar lástima, pero los peores
son los que se vanaglorian.
Esos
no entendieron nada. ¡Perder un amor, un verdadero amor te da más obligaciones!
Si fuéramos sinceros en esto, el mundo sería más justo. Digo mundo y no vida,
porque claramente la vida no tiene nunca que ser justa, más bien debe ser
injusta y dura, lo más posible. Si no fuera injusta la vida, los seres humanos
no tendríamos que hacer nada con nuestras decisiones, la vida decidiría por todos
y nadie se sentiría en falta. ¿Se entiende? Bien. Y si no fuera dura esta vida,
aún hoy seríamos monos sacándonos piojos unos a otros. Claramente Dios, Buda,
Alá o la proteína sagrada, quiso que tuviéramos que tomar decisiones para vivir
la vida.
Una
vida dura, nos permite pararnos sobre ella, tener firmeza y poder pegar saltos más
altos. Imagínense saltar en un flan, ¡moriríamos ahogados! O lo que es peor,
viviríamos tratando de no movernos mucho, quedarnos impávidos y sumisos,
esperando hasta que alguien tome con su cuchara la porción que nos contiene, y
chau, el fin. Decisiones, decisiones, decisiones. Tomarlas o morir en medio del
flan. Ojalá sea mixto al menos.
Pero
claro, aprender del amor duele. Y algunos sabemos que volver a amar es lo único
que lo hace doler menos. La paradoja es que amar es la desgracia y también la
única salida. Una hermosa paradoja, si me permiten decir.
Porque
imagínense amar nada. Nada. Ni a una mujer, ni a un hombre, un perro, una
puesta del sol o un pan caliente. Nada. No sentir amor por ninguna de las cosas
importantes de este universo. Esa persona sería indestructible, pero no creo
que pudiera encontrar la felicidad verdadera, disfrutar del placer o sentir la
tristeza. La soledad se enmaraña tanto en esos corazones perdidos… que al final,
salvo en raras ocasiones, en ese momento en que toda nuestra vida pasa delante
de nuestros ojos el amor, o la ausencia de amor, pasa la factura y en ese
último aliento duele más que cualquier cosa en este mundo. Porque sabemos, no hay nada peor que un demasiado tarde.
Es
verdad que algunos de nosotros hemos vivido una variedad de eventos traumáticos
importante, pero ¿es eso suficiente? ¿Siquiera necesario para aprender a vivir
la vida plenamente? No sé, mi buen amigo tendrá sus razones para pensar eso. Yo
creo, o quiero creer, que también se puede aprender de lecciones menos, no sé,
¿determinantes? Y no, si son determinantes… algo deben de influir. Bueno, en
todo caso tiene que ver con eso de la vida injusta y dura que hablamos hace un
ratito. Quizá madurar es más complejo de lo que parece. Pero déjenme ganar esta:
todo tiene que ver con las decisiones que tomamos.
Así
que gente, yo decido seguir adelante con esta filosofía: amar, amar más, amar
mejor y amar de nuevo. Así sin dudas, sin trabas y sin tanta pregunta. Mal no
me fue y sé que si bien duele, el amor es la única verdad absoluta, la mejor
justificación, el mejor deseo y el mejor motor en la búsqueda del bienestar. Y
para los que les quede alguna duda, si, a pesar de todo el dolor y los años transcurridos,
el amor con Pina sigue siendo por lejos el mejor capítulo de mi libro. Vendrán
nuevos capítulos y los demás aún no se terminan de escribir, eso les brinda
cierta esperanza…
Mierda,
otra vez esa puta esperanza. Mejor la cambio por un buen trago de ginebra y
todos contentos.
Ginebra
mediante, me cae otra ficha. ¿Qué es lo que me sigue enganchando en esta
tribulación de un amor no correspondido? ¿Por qué me sigo enroscando en esta
maraña de amor que tanto mal me hizo? Bueno, no es fácil de explicar, pero
tiene mucho que ver con la decepción. Sí, yo creo que lo que me enrosca es
sentir que no sirvió todo este tiempo de intentar contagiar esta filosofía,
este aprendizaje. Esto que mi gran amigo me dijera, que el que no les haya pasado nada en la vida sea
la clave. Yo trabajé con ánimo y pasión en mis relaciones. No por encontrarlas,
no por mantenerlas, sino por el hecho de crecer. Mis parejas y yo. Aprender y
enseñar a través del amor. Sin la necesidad de transformar al otro, con
honestidad y paciencia mostrar lo que yo entiendo por AMOR. Mostrar el respeto
que me genera un corazón dolido, un corazón deseoso de arder con plenitud, un
corazón como venga. Presté mi oído, mi tiempo, mi alma para que un alguien me
enseñara un poco acerca de este sentimiento tan macro, que todo lo abarca y lo
tiñe de otra cosa. Me esforcé por dar todo de mí, para ver brillar amor en otra
persona y sentir que después de un largo trabajo fue todo en vano
duele, mucho. No poder reconocer ni un atisbo de todo este amor volcado en otro
corazón, me genera una angustia enorme. Yo tampoco les pasé en su vida.
Una
persona a la que yo siempre le di el lugar para hablar de los sentimientos, que
no perseguí con agendas o actividades. Una persona a la que le di todas las
libertades que el amor se merece, me dañara tanto y con tantas ganas es lo que
me genera una angustia, un dolor que no tiene siquiera sentido de ser. Si
pudiera decir que me devolvieron con odio todo el amor que yo brindé, lo diría
con gusto y alivio. Porque el odio hubiera representado lo que no se tiene, lo
que no se puede, lo que no se sabe. Pero no puedo. Lástima. Es que si aprendió
a lastimarme, algo debió de haber entendido de mi amor, lo usó para dañarme si,
pero algo le llegó. Y eso que le llegó en algún momento dará un fruto que lo
alimente para un despertar distinto. Lástima que no pudiera ser en este ciclo
solar, en este giro del universo; pero si alguna esperanza vale la pena, de
todas las putas esperanzas que existen, es esta: al final, de alguna forma u
otra el amor vale la pena. Ojalá que ese despertar, que ese darse cuenta no
llegue demasiado tarde.
Esa
decepción, sentir el arduo trabajo por lastimarme después de todo el amor que
yo invertí en una persona, es lo que me ata acá. Atado a esta angustia que me
llega de a ratos, y que sólo me deja con las mínimas fuerzas, me obliga a
detenerme a tomar aire y pedir por ese corazón tan equivocado. Maldito soy, por
tener tanto amor aún con quién no me devolvió ni un poco de respeto.
A
pesar de todo, hoy sigo creyendo que el amor todo lo puede, siempre y cuando lo
dejemos actuar, lo alimentemos y le demos la libertad de expresarse. Quiero
creer que el daño que en estos días me infringieron, se convertirá en una
enseñanza, una experiencia de lo que no hay que hacer. Y también me ayude a
compartir la enseñanza de que no hay que devolver a una persona que con total
bondad y desapego nos brinda su alma a pleno, más que respeto y honestidad. Es
esa puta y forra esperanza de que al final el amor triunfe, claramente no en
esta batalla, sino en las que están por venir. Raro bicho el ser humano. Ojalá
que cada día seamos más los que nos tomemos este tema con la seriedad, la
paciencia y el respeto que se merece.
Mierda,
el duelo renace cada vez, por suerte también muere cuando veo que mi conciencia
y mis actos me terminan dando la razón. Estoy en paz. Por eso, con optimismo,
levanto mi copa. Brindo por el amor, por el camino y por las enseñanzas que
ellos nos regalan con el tiempo y la atención adecuados. Salúd! Y que siga el
viaje.